El tatami es un escenario intenso y majestuoso comparable con el Universo. El mío es un lugar privilegiado. El cielo arriba inundando el espacio de luz natural y dejándome ver las estrellas de noche. En la pared principal el Kamiza, sencillo pero representativo; y a un lado grandes espejos que permiten atrapar la realidad, fotocopiar el instante, descubrir tu imagen reflejada en el entorno, y a los demás. Me viene a la memoria con cierta nostalgia el dojo en el que subí a un tatami por primera vez hace muchos años.

Cien metros cuadrados de superficie diáfana cubiertos por una gran lona de algodón. El espacio ideal para no más de veinte practicantes, en el que podíamos movernos desahogadamente. Tenía un olor característico propio de los dojos antiguos, en los que los tatamis se montaban con una masa de serrín que se iba impregnando del sudor acumulado por el intenso trabajo, y que había que cambiar cada temporada, siempre en navidades.

tatami

La camaradería y lo animado de estas fechas hacia de este día una gran fiesta. Retirar el serrín viejo, apelmazado y húmedo, que había quedado duro como una piedra, sustituirlo por nueva viruta de madera con fragancia agradable… Limpio y preparado para soportar un año mas nuestras caídas, protegiéndonos del duro suelo de cemento. Con cuanta ingenuidad trabajábamos a los veinte años. El Sr. Verdasco, que hoy pasaría de los cien, pero entonces era un hombre alto, fuerte, con gran personalidad, nos daba las instrucciones para que el tatami quedase impecable. Lo recuerdo como un gran patriarca. Había vivido la Guerra Civil, y la llegada del judo en los años 50 a través de japoneses tradicionales. Ostentaba el primer kyu, nos cobraba 100 pesetas al mes, y para nosotros era como Dios. Para mí fue una gran suerte vivir ese sistema de enseñanza.

En los años 60 el Aikido compartía con el Judo las mismas formalidades y por supuesto el mismo tatami. Cuando empecé a practicar Aikido me resultó fácil adaptarme. Sólo consistía en cambiar los gestos, y la intencionalidad y parte del contenido. Imitar, repetir hasta dar sentido a las formas. Mucho ejercicio físico, acrobacias y desplazamientos. Desde entonces han pasado muchos años, por tanto vivido mi tatami tiene un hondo sentido de ser y estar. Lo sobrio del paisaje, selecto el paisanaje. Educación, respeto, silencio, pulcritud. La afinidad del perfil del practicante hace que sea lo que aparenta. Este es el escenario, pequeño universo cargado de emociones y trabajo, en donde representamos nuestro estado de ánimo. A veces flojo e inseguro, pero siempre aparentando alegre y energético. Cuando tengas que elegir un dojo no des importancia a las diversas dependencias, visita primero el tatami. Recibirás las vibraciones que perviven y esas buenas sensaciones serán lo definitivo para tu elección. Habrás encontrado el escenario donde representar el personaje de tu obra. Tu tatami.

Tomás Sánchez Shihan 12-3-2013