Tamura Sensei era un hombre tolerante y muy abierto conmigo. Pese a la barrera del idioma, tenía una gran habilidad para hacerse entender fácilmente con la mirada, gestos o enfatizando sus aclaraciones. Lo difícil para mí era comunicarme con él por teléfono, cada vez que me tenía que facilitar los datos de su avión de llegada a Madrid.

Siempre me admiró su capacidad de observación y cómo controlaba a todos los que estaban a su alrededor, incluso a las personas que se quedaban más en un segundo plano. No obstante, cuando se enfadaba era muy duro con los que estábamos más próximos. Y lo más difícil era saber el motivo de su enfado, por lo que uno tenía que averiguar dónde había metido la pata para corregirlo cuanto antes. Con los años aprendí que, si no tenías muy claro cuál era el motivo, lo más indicado era no contradecirle y mantenerse muy atento. Dada su autoridad, a pesar de la confianza que ofrecía, siempre era mejor ser prudente y respetar la distancia de cortesía con el Maestro.

Cena con Tamura Sensei

aikido 1972

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