El hecho es que vivimos momentos muy entrañables, tanto por lo cercano de Tamura Sensei, como por el paisanaje, Don Benito Pulido, Emilio García y José María Martínez, grandes amigos.

El maestro siempre fue muy protocolario y yo en España asumí ser su asistente, que persistió por espacio de cuarenta años.

Aprendí tanto fuera como dentro del Tatami. Era atractivo e ilustrativo observarlo en lo cotidiano. Entre otras cosas era también muy receptivo, observador, agudo y sutil. Siempre había que practicar la prudencia, ante su fuerte personalidad, que dado mi carácter tímido me ayudaba.

Nos llamaba mucho la atención, cuando se paraba curioso ante un cuadro o un decorado peculiar en un restaurante.

Le vimos emocionado, hasta el punto de verle las lagrimas en los ojos, cuando al final de una comida entonaba el himno del Aikido. Pues le traía recuerdos de su juventud y no podía evitar su emoción.

Eran terribles sus enfados, pero siempre sin rencor. Esto te ponía en guardia y te hacia estar muy atento y espabilado.

El hecho de depositar en ti su confianza, presuponía una responsabilidad muy grande.

En el tribunal de exámenes, en cuarenta años, siempre me hizo estar junto a el, y tuve que aprender a interpretar sus correcciones y calificaciones en japonés, miraba por el rabillo del ojo y aprendí el significado del circulo, el cuadrado y el triangulo, que eran sus anotaciones singulares.

Tamura sensei Santander

Tamura sensei Santander

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